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LOS DE LA 10

Andrés, Juan y Nariz viven en el barrio Egipto de Bogotá en la calle 10, han estado allí todas sus vidas; crecieron con la idea impuesta de defender a toda costa su territorio. Cada calle del barrio pertenece a una pandilla, y en algunos barrios cercanos también existen otras. Estos hombres hace 40 años que se enfrentan entre sí a pandillas del centro de Bogotá, incluso a muerte; así demuestran lealtad y poder, hasta el último aliento que tienen.

Juan ha recibido dos impactos de bala y tiene más de ocho heridas por cuchillo. Andrés ha estado en la cárcel dos veces, ha recibido cinco impactos de bala y tiene cuatro heridas por cuchillo. Nariz vivió varias veces en el cartucho, tiene heridas por cuchillo, un impacto de bala y estuvo en la cárcel una vez.

Algunos más jóvenes, descienden en la escala de poder; Jonathan y José también tiene heridas hechas por peleas con cuchillos, a pesar de la juventud que tienen ya se ve y se siente el peso en sus miradas y en sus expresiones.

Ricardo el más joven del grupo, o al menos de los que hasta ahora he conocido; aún tiene inocencia, seguramente ya ha visto y sentido muchas cosas, pero aún tiene esa profundidad en sus ojos.

Camino junto a ellos por el barrio, recorremos la calle 10 hasta el mirador, allí se puede ver toda la ciudad; me muestran todos los lugares donde se han enfrentado a las otras pandillas o como dicen ellos “allí nos encendimos”, muchas de las paredes de las casas están llenas de orificios hechos por balas.

Soy un forastero, un extraño, le produzco mucha desconfianza a las demás personas que habitan el barrio. Y con razón, lo único que han recibido de personas del mundo exterior es maltrato y abuso, señalamientos y agresiones de todo tipo. No cuentan con ningún tipo de oportunidades, ni de accesos a ayudas distritales o gubernamentales; tampoco reciben educación gratuita, ni salud, ni seguridad de la policía. Están a la deriva del olvido en el corazón bogotano.

Estos hombres han vivido al límite, se han encontrado con la muerte varias veces y de diferentes formas; se aferran a sus vidas, las valoran profundamente, pero paradójicamente la vida de otros no tiene importancia, ni relevancia; a no ser que sean sus propios hijos.

En la calle han vivido, han visto morir a los hermanos que vieron nacer, han visto llorar a sus madres, y las han perdido; han robado y asaltado, a veces han tenido algo de dinero y de comida, y muchas otras no han tenido nada, solo pobreza.

La experiencia vital que tienen es el límite de la existencia; la vida y la muerte son estados de sacrificio para estas personas; sus hijos, sus mujeres, su calle, su territorio, su gente; todo esto es lo que realmente tiene valor.
Parece una justificación para reclamarle a la muerte cuando verdaderamente llegue.

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